Decir Charles Chaplin es decir cine. Con él nació la industria del entretenimiento audiovisual y con él se desarrolló hasta altísimas cotas. Creó a Charlot, el eterno vagabundo de sombrero hongo, levita desastrada, botas viejas, bastón arqueado, bigotito negro, cejas pobladas, ojos grandes y tristes. Con ese personaje protagonizó numerosísimos cortometrajes cómicos en la época muda para las productoras Essanay y Mutual. En 1921 rueda el largometraje El chico y en 1925 la extraordinaria La quimera del oro. Con Luces de la ciudad (1931) llegó a la cúspide del más conmovedor romanticismo y satirizó al capitalismo en Tiempos modernos, algo que también haría con Adolf Hitler en El gran dictador (1940). La melancólica Candilejas (1952), sobre el ocaso de un cómico, fue su última obra maestra.